sábado, 28 de junio de 2008

Jesús Fernández Palacios entre signos y segmentos.









Historia de un libro

En 1991 —y bajo el sello de La General— apareció en Granada Signos y segmentos (1971-1990), una antología poética de Jesús Fernández Palacios (Cádiz, 1947) realizada por él mismo y prologada por Luis García Montero. A finales de 2007 vio la luz una nueva edición revisada, corregida y aumentada (con 24 poemas inéditos) de dicho trabajo antológico, también a cargo del propio poeta: varían los límites cronológicos (ahora desde 1971 hasta 2000), pero no el acertado y sugestivo título de la primera entrega, compuesto a raíz de un comentario que sobre la poesía de Fernández Palacios efectuara, en su momento, Carlos Edmundo de Ory. Tenemos en nuestras manos un volumen de impecable y atractiva factura puesto en circulación por la madrileña editorial Calambur: Signos y segmentos. Segunda Antología. Nos encontramos, pues, como afirma el poeta gaditano, ante un concepto juanramoniano de “obra en marcha”, una obra que va desarrollándose en términos de reescritura y agregación, pero, sobre todo, de integración de materiales configurados por una serie de líneas evolutivas ligadas, a su vez, a la permanencia codificada de una serie de factores esenciales. Resulta evidente la vinculación que pudiera establecerse con la idea de work in progress, modelo discursivo adscrito, entre otros casos especiales, al Joyce de Finnegan’s wake o al Jorge Guillén de Cántico. Un trabajo inacabado, es decir, en continuo dinamismo, cuyo proceso interminable avanza a través de una acción constructiva-reconstructiva del conjunto textual que reviste un carácter particularmente complejo, y que, por supuesto, no constituye el camino más fácil en cuanto a un aspecto tan fundamental como es el de la estructura orgánica de un determinado proyecto creativo. El dispositivo sistemático y metodológico denominado Signos y segmentos se convierte así en el eje esencial de creación y composición de la poesía de Jesús Fernández Palacios, aunque cabría matizar que sin menoscabo de sus aparatos líricos precedentes, como son Poemas anuales (México, 1976), El ámbito del tigre (Sevilla, 1978), De un modo cotidiano (Madrid, 1981), Coplas de Israel Sivo (Madrid, 1982) y Los poemas de Sakina (Bilbao, 1997).


De izquierda a derecha: Carlos Edmundo de Ory, Jesús Fernández Palacios y el cantautor Fernando Polavieja. Cádiz 2008.


El mundo nunca es suficiente

Europeísmo y cosmopolitismo son, en principio, dos notas que servirían para ir especificando no sólo el ámbito temático sino también el territorio estilístico, el temperamento y la actitud básica de Fernández Palacios como poeta e intelectual. Bajo el impulso de amplio espectro aportado por la singularidad de un maestro como Ory, en un contexto de múltiples dimensiones receptivas generado por la excitante oleada del 68, Palacios asimiló un abundante y rico repertorio de corrientes nutricias. De esta manera, a su conocimiento profundo y respetuoso de la tradición española, sumó contribuciones de primer orden tales como las vanguardias ya entonces “clásicas” (dadaísmo, cubismo, expresionismo, surrealismo, Generación del 27, postismo, etc.); las grandes tendencias renovadoras de origen hispanoamericano (César Vallejo, sobre todo, pero también Huidobro, Lezama Lima, Neruda o Gonzalo Rojas) o la beat generation, seguida del poderoso movimiento contracultural norteamericano, así como, obviamente, el imprescindible caudal lírico desencadenado en este país por el Grupo Poético del 50. Pero el mayor mérito de Fernández Palacios ha sido, aparte de su gran capacidad para digerir tantos y tan variados créditos, el haber sabido hacerlo con una infrecuente pericia y una aún mayor naturalidad, hasta tal punto que su poesía nada tiene que ver con flatulentos culteranismos, insoportables extravagancias o falaces novelerías. Ha sido siempre la suya una expresión sometida desde sus inicios a unas estrictas pautas selectivas, a una estrategia de rechazo de lo superfluo, de concienzuda medición de fuentes y recursos. Ningún procedimiento técnico, por audaz o radicalmente trasgresor que éste fuera, ha hecho nunca mella en la claridad y virtud comunicativa de sus versos.


París, mayo de 1968


El hecho de vivir

Decía Edmund Wilson que “el arte se origina en la necesidad de pretender que la vida humana es otra cosa de lo que es, y en cierto sentido, con esta pretensión se logra en algún punto transformarla”. El hecho de vivir es quizás el móvil operativo por excelencia en la poesía de Jesús Fernández Palacios: desde lo cotidiano a lo histórico, desde lo íntimo a lo político, desde el amor y la amistad a la muerte, desde la visión entusiasta de lo más gratificante hasta la más profunda aflicción o el malestar causado por circunstancias adversas y condicionamientos desfavorables. La vida como suceso intransferible y fenómeno irrenunciable discurre por su obra concretando la índole categóricamente afirmativa de su escritura, del ideario que la preside, del aliento emocional que la define: En los días la ciudad desaparece, / busca la vida, / en la melancolía halla la vida / quien se deja visitar / por cosa extraña cualquiera / y luego vocifera por las calles / su delirio. La premeditada maquinaria de Signos y segmentos consigna las estaciones de un recorrido artístico y testimonial, las escalas de un viaje concebido como descubrimiento diario de la palabra en su función más eminente: la imagen, la razón discordante, la denuncia, el cuerpo, la parodia, la entrega, los afectos, y todo ello a partir del sustrato más decisivo de la experiencia vital.

Aceptación lúcida y crítica de la vida: Aunque sea noche en este corazón deshecho / y en la luz que olfatea la retina / se manifieste la decadencia del árbol / que el aire azota / o el auge ficticio de la rama que presume de ritmo en su parálisis / Seguiré viviendo. Las distintas vertientes intencionales confluyen en los textos poniendo de relieve la desafiante pluralidad que sostiene cada hora, cada instante. Todo se concuerda en una paciente tarea sobre el lenguaje, el ritmo, la distorsión experimental, el ejercicio concluyente de cada verso: Mínima o máxima es un dedal oscuro / un simulacro de despedida / y el hombre es la presencia. Y un ejemplo admirable de esa tenaz y esmerada labor lo tenemos en la prodigiosa confesión de ‘Diez momentos tristes’: la sorprendente nitidez de Mi mano es un metal miedoso / ligero como el lino limpio; el incisivo escepticismo rozado por una sombra de burla en Y siempre sí dirán tus herederos / mis herejías en latín / tus letanías como leyendas / Siempre habrá una melodía / para este corazón de alambre enamorado. Lengua poética de altura técnica poco común, justamente por esa clave tan marcadamente hispánica de la recíproca influencia entre el vasto patrimonio de la tradición y el instinto elemental de las sucesivas modernidades. Curtido por extenso en los engranajes del juego verbal, el indiscutible acierto idiomático de Fernández Palacios se condensa en la fórmula de un estudiado equilibrio inmune a los señuelos de tantas socorridas exuberancias dictadas por la picaresca o el oportunismo, aun tratándose de un poeta declaradamente inconformista en cuanto a la exteriorización lingüística, como refleja su estimulante confianza en César Vallejo: He sentido hace rato / su manjar melancólico: / yaraví fervoroso / de difícil gramática; / me ha vibrado esa voz / —emotiva garganta— / como un látigo recio / que marcase mi espalda.


Jesús Fernández Palacios con José Manuel Caballero Bonald.


Energía cívica


Todas las directrices argumentales de esta poesía convergen, conectadas entre sí, en un mismo espacio de coherencia suscitado por ese recurrente y sustancial vitalismo que opera sobre ellas como ingrediente catalizador; originando, además, esa atractiva profusión de registros —organizados en función de un riguroso criterio de idoneidad entre motivos y formas— perceptible en las piezas reunidas en Signos y segmentos: cohabitación de registros tanto en orden a la totalidad de la antología como en el interior de un extenso número de textos.
Lejos de toda complacencia, la vida también exige una irrevocable energía ética y cívica frente a los desafueros históricos, la injusticia, la opresión, el irracionalismo antihumano en todas sus versiones: Sobre mis párpados la cabeza del siglo / con su ceremonioso ropaje de bufón: / me sorprende, se identifica, me describe / su pasado, luego retorna tiempo, / metal gastado en los caballos / de la vida, en lo anillos rojos / retorna el siglo nauseabundo que muerde / la infame cola de la bestia. La censura de esa ubicua sinrazón conlleva un notable y eficaz endurecimiento de los enunciados, un énfasis del tono de protesta social y política que se traduce en imágenes de acentuada aspereza: Hábito de madriguera, los animales, / por uso los animales / salen de sus colmenas / las abejas silvestres, / y los asnos de Europa / se colocan máscaras o togas / y se bañan en perfumes cualesquiera.


George Grosz: Los pilares de la sociedad, 1926


Poética de lo cotidiano

Aseguraba Walter Benjamin que "Más bien penetramos en el misterio sólo en el grado en que lo reencontramos en lo cotidiano por virtud de una óptica dialéctica que percibe lo cotidiano como impenetrable y lo impenetrable como cotidiano". Una de las representaciones simbólicas de mayor peso en Signos y segmentos es la casa, el ámbito doméstico, el recinto de los seres queridos, las figuras familiares, los aposentos predilectos: Tengo el deseo urgente / de volver a nuestra casa / que me abra la puerta la ternura / y el niño de la mano de Sakina / sea el presagio de libertad / que estamos esperando. El acontecimiento capital de sentirse libre en plena comunicación con las personas más cercanas, el circuito de las estimaciones más sencillas y saludables, a pesar de todo lo que allí concurre para poner a prueba las certidumbres: las ausencias, las dudas (¿No es fracaso la vida siempre llena de muerte?), el tiempo huido, toda la desazón que se acumula en la memoria: La casa va siendo de otros con la edad / Se pierden las sillas tapizadas / Esa habitación del friso inexplicable / Y el abanico que es herencia / Así el camino deshecho. Versos y palabras para todo aquello que realmente importa en el devenir de la existencia. Sin embargo, el remate de este libro salta por encima de la inquietud y el desconcierto mediante una acrobacia que retrata con suma fidelidad a su autor, quien decide rescatar, en esta maniobra de cierre, su ironía más afilada y traviesa. En la última página retorna el Fernández Palacios de aquellas coplas excitantes y genialmente perversas de los años setenta (Esta mano cerbatana / equilátero cadáver / de la noche a la mañana); regresa el incorregible agent provocateur que siempre ha sido con una 'Despedida' que, para ser exactos, no tiene precio: Te extrañará si te digo / que al marcharme de esta casa / te dejo un hilo de guasa / para que enhebres la aguja / del tejido de la vida...

Carlos Manuel López Ramos