sábado, 18 de noviembre de 2017

CARLOS MANUEL LÓPEZ RAMOS: MUÉRASE DE UNA VEZ, DOCTOR FREUD. PRESENTACIÓN DE LA NOVELA EN EL CENTRO CULTURAL REINA SOFÍA de CÁDIZ




CARLOS MANUEL LÓPEZ RAMOS: 
MUÉRASE DE UNA VEZ, DOCTOR FREUD
Editorial Peripecias Libros

PRESENTACIÓN DE LA NOVELA 
EN LA FUNDACIÓN CARLOS EDMUNDO DE ORY
CENTRO CULTURAL REINA SOFÍA
CÁDIZ

Jueves 23 de noviembre de 2017
A las 19.30 horas


Presentador del acto:
Saulo Ruiz Moreno, escritor


viernes, 3 de noviembre de 2017

'MUÉRASE DE UNA VEZ, DOCTOR FREUD' / CONVERSACIÓN CON CARLOS MANUEL LÓPEZ RAMOS




La Librería de El Sueño Igualitario

Cazarabet conversa con...   Carlos Manuel López Ramos, autor de “Muérase de una vez, Dr. Freud” (Peripecias)



La Editorial Peripecias edita este libro del escritor Carlos Manuel López Ramos.
El autor, acostumbrado escribir ensayos, tiene al menos, tres ha pasado por primera vez la línea roja que le lleva a la ficción, a la novela.
El novelista Carlos Manuel López Ramos nos propone, en una novela corta, un acercamiento a la figura de un Freud que casi no nos atreveríamos a pensar.
Puede que tengamos de este personaje una idea demasiado preconcebida.
Esta novela corta tiene la fuerza de que en poco espacio, en pocas palabras, nos dice mucho y de una manera como descorrida y descosida.
Se trata de una narrativa desasosegada, descarada y atrevida que nos engancha al libro de una manera despiadada para la lectura nocturna al borde del sueño reparador.
La sinopsis de esta apasionante y trepidante novela:
El doctor Sigmund Freud vive exiliado en Londres los dos últimos años de su existencia, entre 1938 y 1939. Allí se dedica a negocios oscuros, de gran envergadura, relaciones con la cocaína y el opio; y para ello cuenta, entre otros apoyos, con la insólita e incomprensible complicidad de la Alemania nazi. El trasfondo de estas actividades lo constituye una gigantesca conspiración internacional en torno a la Corona Británica. Desde las sombras y controlando la operación, actúa una enigmática y poderosa sociedad secreta: los Fulmanati, escindidos de los célebres Illuminati, pero, dicho sea de paso, conformando una comunidad infinitamente más potente e implacable. La Guerra Civil Española, preludio de la nueva  contienda mundial, se encuentra en su fase conclusiva, con la ya más que garantizada y rotunda victoria del bando franquista ayudado por las fuerzas del Eje. En medio de una dramática inquietud Europa se prepara ya para el desastre que se avecina. Otros factores destacados de este formidable embrollo, cuyo centro de gravedad es el fundador del psicoanálisis, son: un ambiguo y renombrado miembro de la familia Real del Reino Unido; una espía desquiciada que tal vez no sepa ni para quien trabaja; un perverso arqueólogo español cuyas tortuosas actividades en el  ámbito político conducen siempre a situaciones equívocas y desconcertantes; los servicios de inteligencia de numerosos países; un Estado Vaticano movido, como de costumbre,  por siniestros intereses; y ,para colmo, muertos que resucitan y la intervención de ciertas jerarquías infernales. Entre las características más relevantes del presente relato sobresalen: una osada ironía llevada hasta el más desvergonzado sarcasmo y una eficaz destreza para el desarrollo de la intriga, donde lo imprevisible  desempeña una función  de primera magnitud; además de un estilo sintético, preciso, dinámico y, en no pocas ocasiones, corrosivo. Esta novela tiene, por otra parte, el aliciente de ofrecer al lector un alto grado de participación creativa a la hora tanto de captar el contenido como de interpretar el mensaje subyacente  al mismo, por lo que su lectura se convierte en una auténtica construcción y reconstrucción del significado de los hechos.
Muérase de una vez, Dr Freud es, así una obra satírica feroz de toda esa narrativa pseudohistórica especializada en la explotación de presuntos misterios religiosos, mágicos y esotérica, parapsíquicos y mitológicos, que se ha generado a partir de determinados modelos de éxito con valor exclusivamente comercial. Estamos, pues, ante un ejemplo de crítica mordaz dirigida contra una subliteratura de consumo que, manifestándose en apariencia como fórmula orientada hacia la pura distracción, fomenta sin embargo, de manera preconcebida, una mentalidad irracionalista, misticoide y reaccionaria con efectos ideológicos de largo alcance.
El autor, Carlos Manuel López Ramos es licenciado en filosofía y letras por la Universidad de Sevilla, también se dedica a la crítica literaria, al ensayo y a ser articulista de prensa. En la actualidad es consejero y asesor de la Fundación Caballero Bonald y miembro del Centro de Estudios Históricos Jerezanos. Ya tiene publicados numerosos ensayos y artículos en revistas especializadas. En el año 2007 publicó La Andalucía de Ehrenburg. Una crónica republicana y en el año 2010 publicó Utopía comparada. Dos poetas, dos poéticas: Jesús Fernández Palacios y José Ramón Ripoll. En 1999 recibió el Premio Nacional a la Lealtad Republicana, concedido por la Asociación Manuel Azaña de Madrid; además con Peripeciaslibros ha publicado el ensayo La noche de los relámpagos en 2014.





Cazarabet conversa con Carlos Manuel López Ramos:
-Amigo hay que ser muy atrevido y tener mucho sentido del humor para “meterse con Sigmund Freud”, ¿no?
-A ver, esta novela, como digo en el prólogo, es un homenaje a Freud, pero un homenaje no exento de ironía y desenfado, sin ceder a mitificaciones. El título, que por supuesto no pretende ser  ofensivo, hace referencia explícita al deseo que tienen muchos personajes en este relato de que el doctor Freud deje de respirar. Al ser un texto de ficción, el Freud que ahí aparece es un ente ficticio, como lo son también el duque de Windsor y su esposa Wallis Simpson, Hitler o   Eugenio Pacelli antes de ser Pío XII; personalidades que han sido sometidas a un proceso de ficcionalización, lo que no significa que estén totalmente despojadas de algunos de sus atributos reales. Freud es un nombre imprescindible de la cultura y el pensamiento del siglo XX. Nada volverá a ser lo mismo después de él, gracias a su portentosa  capacidad para observar e interpretar la conducta humana. Derribó infinitos prejuicios, abrió caminos insospechados, influyó poderosamente en la literatura y en las artes, en la filosofía y la antropología, saltando, eso sí, por encima del estricto rigor científico, pero guiado por una intuición excepcionalmente privilegiada y creativa. Ahora bien, lo que no valen son las divinizaciones: ni de Freud ni de nadie.

-¿Cómo se te ocurrió la trama?
-Siempre he sido, y soy, un voraz lector de la novela policíaca y de espionaje. Desde mi infancia. Una afición que me contagió mi madre, fidelísima  seguidora de Agatha Christie, Georges Simenon, Edgar Wallace o Arthur Conan Doyle entre otros; pero en especial de la primera. Lógicamente, también me apasiona el cine de esos géneros. Todo ello hace que a menudo me entretenga inventando historias truculentas en las que el crimen, en toda su amplia y deslumbrante diversidad, es el elemento primario. En el caso concreto de esta novela, tuve en cuenta los dos últimos años de la vida de Freud, los de su exilio en Londres, que coinciden con una fase especialmente convulsa de la crisis previa a la Segunda Guerra Mundial y con el desenlace de la Guerra Civil española, que fue un ensayo del extraordinario conflicto bélico que se estaba gestando. En Gran Bretaña aún subsistía la conmoción causada por un embarazoso problema dinástico, como fue la abdicación del rey Eduardo VIII el 11 de diciembre de 1936. Es decir, una época dorada de intrigas políticas, espionaje a gran escala, conspiraciones de largo alcance y toda clase de contubernios, por lo que se ofrecía    la atmósfera idónea para introducir ahí una historia rocambolesca y accidentada aprovechando esa acumulación de coyunturas tan dramáticas. En fin, no es cuestión de descubrir detalles del argumento, pero también consideré la relación de Freud con la cocaína y la de Jean Cocteau con el opio, y entonces sumé dos y dos.
-Perdona la libertad, pero no serás “una víctima” del psicoanálisis—con todos los respetos---
-[Risas] No, no, por favor... Jamás me he puesto en manos de un psicoanalista; pero sí soporté, en mi infancia y adolescencia, el sacramento de la confesión, que viene a ser lo mismo pero con un estatuto de hechicería. Sotanas en vez de batas blancas. En la actualidad, el psicoanálisis se define como un método no-científico de estudio del inconsciente y de las enfermedades mentales, y está catalogado como pseudociencia, o falsa ciencia, por los más acreditados organismos internacionales de evaluación académica, aunque ciertos  psiquiatras y psicólogos todavía lo siguen utilizando. Y bien que cobran las sesiones. Quedan muchos psicoanalistas en Manhattan y en Buenos Aires. Ahora bien, y poniéndonos un poco más en serio, pero sólo un poco, ojo; ¿se puede concluir categóricamente que el psicoanálisis ya no sirve para nada? Cuidado que hablo como profano, pero tengo constancia de que se están llevando a cabo encuentros parciales  entre la neurobiología y ciertos protocolos diferenciados del  psicoanálisis, sobre todo en lo concerniente a la conducta; sin embargo, insisto en que yo no soy un experto, aunque sí leo bastante sobre esta temática porque me interesa. Mis apreciaciones, pues, están tomadas de especialistas a los que cito con pelos y señales para que se sepa de quién y de dónde vienen los datos. Además, cuando estaba en la universidad, a mí me cogió la fiebre o la epidemia de la crítica psicoanalítica de la literatura, y todo era Freud, Jung, Otto Rank, Northrop FryeBachelard, Lacan, Bruno Bettelheim, Charles Mauron, etc. Bueno, diría que aquí hay cosas bastante  aprovechables, como la incontrovertible presencia del inconsciente en la obra literaria, pero nada de aquella escolástica del texto como síntoma psicopatológico y demás extravagancias... La auténtica revolución en la psiquiatría no ha sido el psicoanálisis, sino la psicofarmacología vinculada a la bioquímica de los dinamismos cerebrales y a la actividad de los neurotransmisores. Si hay algo que tengo claro es que eso  que llamamos mente es una función cerebral, según demuestra la neurofisiología, y no un fantasma separado del cerebro. La mente no es la sustituta del alma. En esta obra el psicoanálisis no es ni mucho menos el tema central o estructurante. A estas alturas, para mí no tendría sentido una novela sobre una doctrina que, como construcción omnicomprensiva, ya es algo obsoleto; esa teoría psicoterapéutica se contempla en esta narración  desde una óptica desacralizadora y humorística, pero no trascendente. Yo creo, y no soy el único, que, en el fondo,  el psicoanálisis se parece mucho a una variante del conocimiento poético o literario. Las obras de Freud pueden ser leídas como novelas interesantísimas que están muy bien escritas. Al pronto, se me viene a la cabeza una excelente como es Moisés y la religión monoteísta, o La interpretación de los sueños, que es una gozada.  La literatura también es una forma de conocimiento sobre el ser humano, la sociedad, la existencia. Richard Rorty, partiendo de Wittgenstein, homologó el lenguaje de la filosofía y el de la literatura. De hecho Rorty, que fue uno de los grandes filósofos estadounidenses contemporáneos, tuvo en la Universidad de Stanford una cátedra de literatura. Toda disciplina, en tanto que construcción lingüística, es susceptible de ser leída literariamente, lo que, como es obvio,  no equivale a impugnar su lectura original o de naturaleza propia... Los resultados son asombrosos y esclarecedores.


-Pero detrás de todo este gran embrollo en el que nos sumerges hay algo o algunos guiños desde los   rumores de la historia…
-Por supuesto. Eso es evidente. He intentado cuidar con precisión el marco histórico de la novela, lo que no significa que, como se advierte en el prólogo, no haya ciertas modificaciones esporádicas en beneficio de la fábula. Modificaciones realizadas  mediante  una desfiguración grotesca en clave expresionista, con intención cáustica, que tienen la finalidad crítico-analítica de poner de relieve las facetas más aborrecibles de unos hechos que han sido falsificados con tenaz reiteración. Estos artificios, que los historiadores se ven en la obligación de soslayar, son perfectamente admisibles en la literatura.
Hay una versión de esta novela que  llevaba incorporadas notas a pie de página, algunas bastante extensas, con información  de todos y cada uno de los acontecimientos y personajes históricos que iban apareciendo; pues  qué te digo, sobre la masacre de Nankín en la guerra Chino-Japonesa, o el Pacto de Acero ítalo-germano  de 1939, o el desarrollo organizativo de la extrema derecha en Sudáfrica, pero la lectura se hacía pesada y se perdía el hilo de lo que se estaba contando, por lo cual eliminé ese dispositivo.
Yo quería que en la novela siempre estuvieran pasando cosas, que hubiera mucha acción, y eso incluía a los acontecimientos históricos, lo que explica que sean tantos los episodios de esta índole que, de una forma acelerada, aparecen en la trama, ya que he intentado reproducir el ritmo vertiginoso y funesto del siglo XX; pero debo subrayar que no es una novela histórica, aunque la historia desempeñe en ella una función de gran peso. También quise transmitir la impresión de una ubicuidad espacio-temporal, simultaneando muchos lugares y tiempos en un texto concentrado.
-Los amantes de las conspiraciones se van a poner las botas con esta obra, ¿verdad?

-Bueno, espero que los lectores se lo pasen bien y sobre todo se rían, como tú lo has hecho, según me contaste. En la novela hay una conspiración tremebunda vinculada a ciertos acontecimientos verídicos pero reelaborados de forma ficticia y humorística... La credulidad enfermiza  respecto a las conspiraciones —lo que se conoce como conspiracionismo o conspiranoia— es un fenómeno que está a la orden del día y que se ha incrementado con la eclosión  tecnológica y las redes sociales, lo que no implica que no existan las conspiraciones, puesto que las ha habido siempre, y las hay, que han sido verificadas, como el complot internacional nazi-fascista contra la Segunda República española, sin ir más lejos, o el Proyecto MK Ultra en los Estados Unidos, o la conjura contra el gobierno de Allende en Chile. Pero el conspiracionismo es una hipertrofia, una interpretación extraviada de la teoría de la conspiración, como la que se refleja en cierta   narrativa, de índole  exclusivamente comercial,  basada en confabulaciones esotéricas, sectas ultrasecretas, fuerzas infernales, leyendas griálicas, tesoros cátaros, el mar de bronce, la santa escuadra de oro, la palabra perdida de los masones y un larguísimo etcétera. You Tube está repleto de documentales pretendidamente “veraces” sobre todas  estas patrañas, igual que en Internet hay miles de webs en torno a lo mismo. El socorrido  redescubrimiento de los Illuminati se convirtió en una fuente de  innumerables cuentos para viejas, cuyo prototipo sería El Código da Vinci, un libro peor que pésimo. Los pobres Iluminados de Baviera fueron unos santos varones comprometidos con el ideario de la Ilustración. Ojalá hubiera hoy muchos como ellos. Mi novela fustiga mordazmente este tipo de literatura alienante que, a fin de cuentas, propicia una mentalidad pararreligiosa,  mística, teosófica, mágica y pseudohistórica, lo que a su vez conduce directamente a una ideología ultraconservadora y retrógrada. 



-Háblanos del trasfondo histórico de esta obra, en particular de la agonía de la República…
-Los años treinta del pasado siglo constituyen una etapa decisiva de la historia del mundo desde todos los puntos de vista: político, social, económico, cultural, etc. Es una fase de crisis para las democracias liberales EUROPEAS, y es también la hora del ascenso de los fascismos y del apogeo del comunismo estaliniano en la Unión Soviética, con el experimento del socialismo en un solo país, pero a la vez con una intensa actividad de la III Internacional que trata de extender universalmente  el movimiento revolucionario, todo lo cual se refleja en la Guerra Civil española, que es un campo de entrenamiento para la gran conflagración mundial que estallará el 1 de septiembre de 1939. Como ya he dicho, la novela se desarrolla en 1938 y 1939; dos años cruciales y de gran tensión, mayormente en Europa. Son los dos últimos años de la vida de Freud, exiliado ya en Londres; y también son los años de extinción de la Segunda  República española, cuando ya es perceptible la derrota del bando republicano y la moral de los antifascistas se va derrumbando paulatinamente. La contienda está de alguna manera personificada por  el  protagonista de la novela, Severiano Pastrana, quien representa, digamos que maliciosamente, un republicanismo conservador pero, en principio, sinceramente democrático, aunque su cinismo mortífero y su inquietante ambigüedad le sitúan  por encima de toda contingencia. La Guerra de España tenía que aparecer, pero no lo hace en un primer plano, sino de modo intermitente y como una sombra siniestra que se desliza de cuando en cuando por el escenario. Se dan noticias de algunos hechos acaecidos en aquel bienio: la batalla del Ebro, la inhumana negativa de Franco a una tregua solicitada por Pío XI en la Navidad del 38, la caída de Barcelona y luego la de Madrid... Inexorablemente, la imagen de la guerra se desplaza ya hacia una lejanía posterior al desastre, con la prefiguración del régimen dictatorial que se instauraría en el país, la feroz represión y los prolongados destierros. La información que se ofrece es lacónica, como en los teletipos de una agencia de prensa.
-Es también un poco una parodia de la narrativa de  espías…
-Exacto. Una parodia que pone en solfa toda la parafernalia y los tópicos de género  más ostensibles tanto de la narrativa de espionaje como policial; tópicos como las más descabelladas operaciones internacionales, la complicación delirante de los argumentos, los enigmas indescifrables, la violencia en bruto, el  refinamiento de los venenos, el terrorismo, la abundancia de cadáveres, el coeficiente de sorpresa llevado hasta extremos inconcebibles, la infalibilidad de superagentes y detectives, la  acumulación de vueltas de tuerca y de salvaciones in extremis... A pesar de todo, es una parodia no carente de cierta  cordialidad; y me refiero a esa visión benévola con la que siempre he contemplado a iconos ideológicamente tan deplorables como Hercule  Poirot, Auguste Dupin,  Sherlock Holmes, George Smiley, James Bond, Harry Palmer, Matt Helm, el comisario MaigretEllery Queen, el padre Brown y demás; casi todos ellos de mentalidad reaccionaria y fervientes  guardianes del capitalismo y del imperialismo, con algunas excepciones, como el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán; aunque he de reconocer que desde mi niñez  tengo el irrevocable  instinto de tomar el partido de los villanos porque el lado oscuro me resulta más atractivo y sugerente, y ello no por el gusto decadentista  de la fascinación del mal, ni por la trasnochada manía de epatar a los biempensantes, sino por la extraña, y para mí todavía inexplicable, sensación de confort psicofísico que me provocan las maquinaciones de esos super-criminales a los que nunca consiguen atrapar las fuerzas del orden, y cuyos máximos exponentes serían Fantomas y Fu Manchú. Pero es que, además, está la parodia de la literatura en sí, que es igualmente necesaria y divertida, y que pasa por el cumplimiento de esa norma tan saludable que es reírse de uno mismo. Por mi parte mantengo una actitud bastante irreverente hacia el oficio de escribir cuando a éste se le otorgan esa solemnidad y esa magnificencia como si estuviéramos hablando de los misterios de Eleusis. Esto que digo no es, ni por asomo, una  minimización o un desprecio del ejercicio literario, sino la aplicación de una óptica secularizadora y de pensamiento crítico a una actividad que debe ser desposeída de falsos carismas asignados desde posiciones corporativistas y elitistas. Sólo perdiéndole el respeto a la literatura, en el sentido de no convertirla en una teología, en una religión con sus castas sacerdotales, se puede escribir sin trabas y con auténtica libertad. Mi entendimiento de la literatura se halla decididamente  en el territorio de la sátira y deriva de un imponente caudal de las letras castellanas que viene desde el Arcipreste de Hita, las Coplas de Mingo Revulgo, Francisco Delicado o Vélez de Guevara, pasando por el padre Isla o Torres Villarroel,  hasta Valle-Inclán,  Gutiérrez Solana, Jardiel Poncela, los escritores de La Codorniz, los letristas del Carnaval de Cádiz, Francisco Nieva o Fernando Arrabal. No puedo dejar de nombrar a Georges Bataille, cuyos paradigmas de transgresión  vengo trabajando, asépticamente, desde hace décadas. Respecto a la articulación constructiva, procuro seguir de cerca  dos modelos tradicionales como son la novela picaresca y la comedia de enredo del XVII. Sátira sí, pero, tengo que decirlo, matizada por un  escepticismo militante y propensa al equívoco y al jeroglífico.  Ésta es mi primera novela y mi segundo texto publicado de carácter  creativo. El primero fue La noche de los relámpagos, en 2015, un ensayo, en la expresión más literaria del término, sobre la obra plástica del pintor Manuel Caballero, escrito con una técnica híbrida que conjuga contenidos de crítica de arte, biográficos, autobiográficos, cronísticos, filológicos y fantásticos. Mis libros anteriores a éstos son estudios literarios. Como asiduo  colaborador de prensa que soy, mis artículos discurren también  dentro de esa misma tendencia incisiva.
-Es, además, a su manera una novela coral, ¿no? ¿Cómo te lo has hecho para buscarlos a todos una voz, una proyección y un protagonismo?
-Intuyo que fue algo inevitable... La conspiración exigía la participación de muchas voces, ya que había en marcha un plan diabólico de dimensiones planetarias. [Risas] En la novela el diálogo es un factor primordial, pues en mayor o menor medida habla muchísima gente: políticos, científicos, jerarquías eclesiásticas, diplomáticos, miembros de la casa real británica, aristócratas, agentes secretos, escritores, artistas, numerosos personajes  secundarios, etc. Sus voces se corresponden con diferentes discursos, tales como el poder en todas sus formas, la economía, la violencia, la traición, la ciencia o el arte. Por otro lado, el concepto de  tiempo está intrínsecamente relacionado con la estructura coral. La mayor parte de los personajes hablan en el presente de los hechos, pero no todos los personajes. Por ejemplo, el demonio que interviene en el relato habla, ciertamente, desde la eternidad. El inefable doctor Kellerman, quizás el actante más excéntrico de la novela, habla desde su propio presente, que es un futuro interactivo en relación al pasado de los hechos, y desde un pasado en el que se mueve a través de su memoria. El narrador —que es omnisciente— habla en pasado sobre el presente de los hechos, pero establecido en un futuro dudoso con respecto a esos hechos. Este concepto de un tiempo narrativo sumamente elástico, en el que hay un uso abundante del anacronismo y de las intersecciones cronológicas,  contribuye, a mi modo de ver, a intensificar la eficacia de esa composición coral, ya que posibilita una coexistencia imprevisible de voces muy cronodistantes entre sí.


-Pero si es relato o novela coral en el contenido, también lo es en el continente… en la  intencionalidad, ¿no?, quiero decir que tocas  muchos palos de manera tan directa como descarada, ¿qué nos puedes decir?
-Sí, correcto. Hay una combinación de planos temáticos y lingüísticos con un enfoque festivo y caricaturesco. Formalmente, se incorporan múltiples lenguajes especializados, distintas áreas   terminológicas referidas a la política, la psicología, la astrofísica, la estrategia militar, la cirugía, el esoterismo, la cartomancia o la arqueología. Los códigos y los temas, como tú dices, se utilizan con total descaro, con gran desparpajo, porque   es una novela satírica y lo importante es la propuesta de cuestionamiento totalizador. Los registros de habla están diversificados, desde el coloquial al hiperculto, pasando por otras variedades diafásicas como ciertas jergas  tecnológicas o ese lenguaje descoyuntado y paroxístico que se emplea en facebook y en los comentarios de los periódicos digitales. El más estridente de estos juegos idiomáticos tal vez sea el diálogo en galés (obtenido por medio de un traductor automático) que sostienen Pastrana y un camarero en la batalla de la Bahía de Cardigan, pasaje en el que hay también un semi-plagio de Salustio, lo que se llamaría un ejercicio de apropiacionismo... Luego tenemos la manifestación de lo supuestamente sobrenatural o paranormal, que no es del todo un  factor de irrealismo, puesto que es algo en lo que creen millones y millones de personas; para empezar, todos los que profesan una religión, pero luego están los enganchados a la magia, la adivinación, el horóscopo... Estas cosas forman  parte de la realidad vivida por millones de  individuos; como ver la mano de Dios o la del Diablo en todo lo que pasa. En esta novela interviene un demonio de alto rango, con nombre propio, que anda entre sus páginas como Pedro por su casa, un tributo al Mefistófeles de Goethe y también un sarcasmo del satanismo como fe o como sectarismo polivalente.

-Intriga de misterios. Un relato largo o una novela corta en el que hay muchas historias dentro de otras historias e igualmente haces con los personajes, a modo de muñeca rusa, ¿es así?
-Te diría que este procedimiento era una condición necesaria de la trama.  En la realidad este flujo de eventualidades sucede así. Las historias en la vida cotidiana se funden y confunden, se entrelazan, empiezan y no acaban, o no sabemos cómo acaban, o vuelven a aparecer inesperadamente.  Hay historias que emergen dentro de otras historias; cambios bruscos e imprevistos, situaciones que, de repente, dan un giro escalofriante. El transcurrir de la vida es todo menos ordenado y lineal, y ni siquiera  cronológico, al menos mentalmente; antes bien resulta fragmentario, laberíntico, espiral..., hay ocasiones en que se diría que el pasado regresa..., y también que no hay futuro... Esto pasa todos los días...Con las personas ocurre tres cuartos de lo mismo.  La vida une y separa, era el título de una novela de Cecil Roberts, y es verdad, ahí están las  casualidades, tantas idas y venidas, reencuentros, búsquedas, todo tipo de vicisitudes..., incluso aquello que creíamos imposible. Y luego las transformaciones de los seres humanos, a veces desconcertantes; las preguntas que nunca obtienen respuestas, la comparecencia de lo insólito, la constante intromisión del azar... En dosis variables, el desorden y el caos son parte de la existencia. En una fase temporal determinada  pueden superponerse o intercalarse decenas de historias y personas, lo estamos viendo continuamente.
-Y, además no podía faltar la Iglesia y sus intereses. Tenemos ya asimilado que lo  uno va con lo otro, pero seguimos tragando y hasta, a veces, participando, desde el “pasotismo” de cierta vinculación que más tiene a ver con la complicidad. Es como si no fuésemos capaces de quitarnos esa piel que deja en nosotros la religión y el educarnos en ella…
-Efectivamente, no podía faltar porque ella se encarga de estar en todas partes. La propia Iglesia Católica te sirve en bandeja su particular faceta conspirativa desde los tiempos de San  Pablo. El Vaticano tiene uno de los mejores servicios de inteligencia del planeta. Allí donde hay un cura, hay un espía.¿Qué si la Iglesia conspira? El Estado Vaticano actuó como paraíso fiscal y como canal para el envío de dinero sucio del tráfico de armas a Sudamérica  en complicidad con la Mafia y la Logia Propaganda 2, como quedó patente en el famoso proceso de comienzos de los 80. En los 70, había  participado en la guerra sucia contra el comunismo financiando actos terroristas y la desestabilización generalizada (como los intentos de golpes de Estado de signo autoritario en Italia) en beneficio de la Casa Blanca y del Pacto Atlántico (OTAN). Tenemos escándalos como el caso de la Banca Privata Finanziaria de Michele Sindona; la quiebra del Banco Ambrosiano; los  préstamos a empresas fantasma; las conexiones con Tangentópolis (telaraña superlativa de corrupción, extorsión y sobornos en toda Italia descubierta en 1992); los fabulosos gastos suntuarios de la Curia y el desvío hacia la misma de los fondos del Denarius Sancti Petri (‘Óbolo de San Pedro’), así como las toneladas de basura sacadas a la luz por los  Vatileaks 1 y 2; el tráfico de recién nacidos o las  beatificaciones y canonizaciones como máquinas de hacer dinero. Si esto no es conspirar, que venga Dios y lo vea...El caso del poderío eclesiástico en España es patético. Desde Don Pelayo, aquí se fue haciendo del catolicismo una ideología nacional con un espíritu de cruzada. El erasmismo —corriente abierta y progresista del cristianismo—  fue perseguido y liquidado. La Contrarreforma consolidó el  proceso de estancamiento. Nuestra  débil  Ilustración dio escasos frutos. La Inquisición duró más que en ningún otro sitio. Y así. El penúltimo gran capítulo fue el nacionalcatolicismo de Franco. De la poderosa influencia de la Iglesia nos vino el atraso pavoroso, el oscurantismo y la superstición, la falta de libertad, el subdesarrollo de las ciencias... Todavía, en buena  parte, lo estamos pagando. El último capítulo lo vivimos ahora con la incesante presión sociopolítica de una Conferencia Episcopal anclada en un integrismo agresivo y avasallador, tratando de imponer a toda costa, y  sin reparar en los medios, su visión del mundo, su ideología, sus dogmas...En el año 1936, José María Pemán expresó a las mil maravillas el destino católico de este país: “La misión providencial e histórica de España ha sido siempre ésta: redimir al mundo civilizado de todos sus peligros: expulsar moros, detener turcos, bautizar indios...Ahora unos nuevos turcos, unos nuevos asiáticos, rojos y crueles, vuelven a amenazar a Europa...”. Me lo sé de memoria. Fue una alocución por Radio Sevilla. Ahí queda eso.El delito de “herir los sentimientos religiosos”  es una aberración legal, ¿qué es esa bufonada de la blasfemia en estos  tiempos? Se presentan una avalancha de denuncias por parte de organizaciones católicas fundamentalistas. Es inaudito. Es algo propio de países dominados por dictaduras teocráticas como las  islamistas, del tipo Arabia Saudí...¿Y cuando ellos hieren los sentimientos de los laicistas, los ateos o los de otras religiones? ¿Y cuando ciertos obispos justifican solapadamente la pederastia diciendo que el aborto es peor? ¿Y cuando hacen ostentación de la más rabiosa homofobia? ¿Y esas ocupaciones desmesuradas de espacios públicos para celebrar  actos religiosos? Yo no soy antirreligioso, ni siquiera anticlerical, dentro de un orden; ni me opongo a las manifestaciones públicas  de religiosidad, pero sí soy enemigo de las extralimitaciones flagrantes.


-Pero sin sentido del humor y hasta sin saber utilizar cierta dosis de “buen cinismo” es impensable leer al 100% esta novela, ¿qué nos puedes decir?
-Que eso es verdad. La atmósfera de la novela envuelve al lector en un clima enrarecido y pronto se hace cargo de que se trata de una historia nada convencional en la que se hace imprescindible el sentido del humor como instrumento de interpretación. El humor es un método de percepción y conocimiento del mundo, una modulación de la inteligencia crítica y sistemática. Yo me inclino más hacia un humor negro, a veces desmesurado, absurdo, surrealista... ¿Por qué? Por carácter y por experiencia. He bebido mucho en todas las vanguardias del siglo pasado: las del primer tercio, las inaugurales; luego las de segunda posguerra; las de la década del 60, y así hasta los experimentalismos actuales. Bien. Pero la base principal de ese humor que yo practico está en el día a día, sale de situaciones reales, de las conversaciones en casa o en un café, de reuniones con amigos, de los correos electrónicos, de las series de televisión o de ciertas  paráfrasis jocosas de otros autores a los que lees o has leído. Esta novela reivindica la jovialidad impúdica y libertina  de aquella Abadía de Thelema que aparece en el Gargantúa de François Rabelais; así  como la Patafísica de Alfred Jarry, el Teatro de la Crueldad de Antonin Artaud, el OuLiPo (Ouvroir de Littérature Potencielle) de Raymond Queneau y François Le Lionnais, que es un centro de experimentación lingüística aún hoy con una extraordinaria actividad, o ciertas proposiciones íntegramente vigentes, por adelantadas a su tiempo, de Guy Debord y el Situacionismo;  pero también la osadía del libelo, del panfleto político y de la filosofía del insulto de Schopenhauer; y tal vez con un punto  de ese artefacto denominado  Culture jamming, como voluntad de resistencia frente al dirigismo cultural, a la cultura dominante. En última instancia, tengo la sospecha de que la novela acaba siendo una especie de flash mob  (¿o flash crime?) totalmente  enloquecido. Pero es que la vida cotidiana supera no pocas veces las más alucinantes entelequias de los creadores.
-Pero es que, además, nos lo “concentras” de una   manera en que la lectura se hace, además de breve,  fácil. ¿Es parte de tu estrategia como creador?; aunque no tiene que ser nada fácil…
-Mi objetivo prioritario fue no aburrir al lector. Espero haberlo conseguido. Por el momento recibo buenos comentarios de los lectores. Verás, lo que yo puedo contar en media página no me interesa contarlo en veinte. Mi proyecto creativo consiste en una literatura ajustada proporcionalmente al ritmo histórico de los tiempos.  Un ritmo endiablado a causa del proceso de mundialización y de la permanente revolución tecnológica. Aquí hay muchas bifurcaciones. Y el que escribe debe tener muy claro qué literatura quiere hacer, cuál es la que mejor se adapta a sus facultades y propósitos, aquella con la que uno se siente más satisfecho al realizarla. Yo lo entiendo así, y esto es parte de mi idea de la escritura en este tumulto de la modernidad líquida. En cuanto a mi preferencia por el formato restringido, de aquí no se deduce que me desagraden las narraciones largas, pero más vale que las  escriban otros...No es fácil, no, eso de la brevedad y la fluidez. Conlleva un esfuerzo de síntesis, de  condensación, de concreción; hay que seleccionar  constantemente, renunciando incluso a buenos materiales, escenas, personajes..., siempre con el riesgo de equivocarte... Hay que trabajar las estructuras oracionales para que éstas sean rentables en términos semánticos, sin necesidad de entrar en amplificaciones que pudieran resultar superfluas, de ahí lo de suprimir aquello que se siente como prescindible, lógicamente sin llegar a una vacuidad minimalista. Yo trato de evitar el preciosismo gramatical, el retoricismo, la ornamentación exuberante —salvo que se trate de ridiculizar algo— y, por descontado, también esa sobreinformación que puede llegar a ser abrumadora para la lectura. Juzgo que en una novela no hace falta contarlo todo, hay que dejar cierta  iniciativa a la imaginación del lector, hacerlo que participe... Pero, ojo, estos son planteamientos privativos; hay muchos otros modelos igualmente válidos...
-Carlos, pero tú has querido lanzar un mensaje con este relato. Cuéntanos, cómo y de qué manera…
-Bien. El mensaje incide en la permanente amenaza del poder y la aterradora  manipulación de la sociedad; en cómo los poderosos juegan con las personas, con sus vidas y bienes, con sus mentes y pensamientos. Al margen de disquisiciones paranoicas y libros de caballería, en la novela se quiere patentizar la existencia de fuertes grupos de presión transnacionales más o menos camuflados, que tampoco es que estén hoy tan ocultos. La Comisión Trilateral, el Bohemian Grove o el Club Bilderberg son reales, tienen páginas digitales, publican nóminas de miembros, declaraciones... Sabemos cuándo se reúne Bilderberg, por ejemplo, quiénes pertenecen a ese grupo o asisten como invitados. Algunas agendas de estas conferencias se filtran: unas veces intencionadamente, con ánimo de desinformar; otras es posible que se filtren a pesar de los organizadores. Esto no es ficción, sino algo que ha existido siempre: los pactos y tratados secretos entre Estados, o entre Estados y  grandes agrupaciones privadas con fines inconfesables. Los poderosos de todas las épocas negocian el reparto de los mercados y las zonas de influencia política... Las  planificaciones de distintas formas de orden mundial no son habladurías: ahí están los Acuerdos de Bretton Woods de julio de 1944, la Post-Guerra Fría con la Cumbre de Malta de 1989 y la guerra del Golfo Pérsico de 1990-1991, y todo lo que vino después... Estas alianzas y transacciones han sido y son diseños de un determinado orden mundial a todos los niveles. Y esto ha ocurrido a la luz del día, aunque, naturalmente, muchos extremos de dichos tejemanejes nunca llegan a la superficie. Sin embargo, la teoría del gobierno mundial es un asunto distinto, es una idea que viene del Antiguo Egipto, de las monarquías mesopotámicas y de la Pax Augusta. Hay montones de proyectos, como el Sacro Imperio Romano Germánico, la Res Publica Totius Orbis de Francisco de Vitoria o, más o menos, la Paz Perpetua de Kant, y muchas otras sutilezas... Es  una idea política que se ha desarrollado conforme a patrones imperialistas o, por el contrario, como  arquetipos de paraísos terrenales. Como utopías y distopías; pero hoy este tema es el que más se presta a fantasmadas y trolas conspirativas.Por otra parte, en la novela se alude a lo engañoso de los  discursos históricos oficiales, y diría más, aún a los no oficiales; pero ello sin moralismos, sino desde un ángulo burlesco, a través de la anaideia, concepto del griego clásico que significa desvergüenza y provocación, actitud que fue practicada por la escuela cínica; y también de la parresía, que era hablar con atrevimiento, con libertad perfecta y la intención de servir a la verdad. Siempre tengo muy presentes a Juan Ruiz, a Cervantes, a Rabelais, a Quevedo, a Swift, Voltaire o Twain...  Y estimo que, a veces, es necesario  hablar hasta irrespetuosamente en el sentido más literal del término: eso de que todo y todos merecen un  respeto es una falacia; hay miles de cosas y de personas que no merecen ningún respeto, ninguno en absoluto. Y por poner un ejemplo relacionado con la novela, podría señalar a los Estados y gobiernos, con sus cloacas, ocupados en  cocinar auténticas atrocidades cuyas víctimas son siempre los ciudadanos y, más en concreto, las clases populares. Una palabra que lo dice todo: los administrados, o sea, que nos administran; es decir, que hacen con nosotros lo que les da la gana; y, consecutivamente, conviene flagelar a los políticos corruptos e hipócritas que hacen de la mentira y el latrocinio un modus vivendi. Y meto en el mismo saco a los empresarios sin escrúpulos, gerentes del fraude y la   explotación más abyecta; como meto a las oligarquías financieras y a los grandes especuladores que no vacilan en arruinar a tantísimas personas indefensas que cometen el error de confiar en ellos. Esos megadelincuentes y saqueadores   sólo se mueven por la codicia, no se conforman con unos índices de beneficios razonables... ¿Qué respeto puede merecer esta gente? Para mí, desde luego, ninguno.