miércoles, 27 de febrero de 2008

Carlos Manuel López Ramos sobre Derrida


Sobre la diseminación o dispersión del sentido en una imagen aleatoria. Posibilidad de desautomatización del lenguaje iconográfico mediante una diéresis entre el significado explícito y la tentativa de interpretación (la rosa separada de Neruda: un vacío oceánico, una pobre pregunta). A propósito de este insípido argumento, Jacques Derrida afirmaba lo siguiente en una entrevista ("Sobre la fenomenología". Staccato, 6 de abril de 1999): "Describir la cosa tal y como aparece, es decir, sin presuposiciones especulativas o metafísicas de ningún género, debería resultar sencillo. Por lo demás, Husserl dijo, en un momento dado, que la fenomenología era un gesto «positivo», es decir, que sabía liberarse de toda presuposición teórica especulativa, de todo prejuicio, para volver al fenómeno, el cual, por su parte, no designa simplemente la realidad de la cosa sino la realidad de la cosa en tanto en cuanto aparece, el phainesthai, que es el aparecer en su resplandor, en su visibilidad, de la cosa misma. Cuando describo el fenómeno, no describo la cosa en sí misma, por así decirlo, más allá de su aparecer, sino su aparecer para mí, tal y como se me aparece".

Aquel Hamlet heideggeriano que en 1967 publicó El teatro de la crueldad y la clausura de la representación se interrogaba entonces: "¿Puede decirse que Artaud hubiese rehusado dar el nombre de representación al teatro de la crueldad? No, con tal de que se clarifique bien el difícil y equívoco sentido de esta noción. [...] Ciertamente, la escena no representaría más, puesto que no volvería a añadirse como una ilustración sensible a un texto ya escrito, pensado o vivido fuera de ella y que ella no haría más que repetir sin constituir su trama". Pero, ¿por qué Artaud? ¿Sería por aquello de ir a por todas contra el logocentrismo? "Hay entre el principio del teatro y el de la alquimia una misteriosa identidad de esencia", afirma Artaud en El teatro y su doble. Y añade: "Allí donde la alquimia, por sus símbolos, es el Doble espiritual de una operación que sólo funciona en el plano de la materia real, el teatro debe ser considerado también como un Doble, no ya de esa realidad cotidiana y directa de la que poco a poco se ha reducido a ser la copia inerte, tan vana como edulcorada, sino de otra realidad peligrosa y arquetípica, donde los principios, como los delfines, una vez que mostraron la cabeza se apresuran a hundirse en las aguas oscuras".


La voz de Antonin Artaud

Este temprano acercamiento a Artaud dejaba entrever un futuro de escepticismo ilimitado, con la diferencia, a favor del autor de El ombligo de los limbos, de que éste era un literato, un poeta, mientras que Derrida era un filósofo que intentaba, como decía Prisciliano en su Tratado VIII (o del Salmo Tercero), "indagar las obras visibles en el secreto invisible de la mente". De alguna manera, Jacques Derrida se hallaba conectado a ciertos misterios ancestrales, aunque en El teatro de la crueldad y la clausura de la representación incurriera en una notable ingenuidad órfica y eleusina que lo condujo a ser víctima, al menos momentánea, de la utopía de la imagen. En el caso de la teoría dramática de Antonin Artaud, se trataría claramente del rechazo a la tiranía del texto escrito. Escribió Paracelso en De rerum natura libri novem que "la generación de todas las cosas naturales es doble: la que la naturaleza produce sin el Arte y la que se efectúa con el Arte, por medio de la Alquymia". ¿Qué hace ahí esa i griega? Según Emmanuel d'Hooghvorst (Virgilio alquymista) "la Y es una letra con dos astas, la una se inclina hacia la derecha y la otra hacia la izquierda. Es la imagen de las dos enseñanzas contenidas en la misma letra. Por el don del Intelecto, los Inteligentes escogen la vía de la derecha, es decir, que siguen el verdadero sentido. También se lo llama la vía estrecha, pues es poco recorrida (Lucas, 13, 24). Los que siguen la vía izquierda o siniestra, guiados sólo por la razón, llegan al Tártaro, donde conocen el furor corrosivo".

Antonin Artaud (1896-1948)

Artaud era simultáneamente partidario y enemigo de la alquimia; crea para sí mismo una fraseología delirante inspirada en expresiones alquímicas:

"Veneno sel ser"
"Desmineralización del espíritu"
"Anorexia del alma"
"La caca es la materia del alma"
"El olor del culo eterno de la muerte"
"Lo Increíble es la Verdad"
"Esta hecatombe, esta mezcla de fuegos extinguidos"
"La transferencia por deportación"
"Las ratas de lo incondicionado"
"Los bebedores de esperma"
"La carne gata que se copula con patrón-gato"
"El cuerpo sin órganos"
"El actual cuerpo humano es un averno"
"La argolla del ser o de la ley"
"Un desequilibrio del vértice del corazón"
"Mi familia que no es de la tierra sino del cielo"
"La vida consiste en arder en preguntas"
"Espíritu-órgano"
"Espíritu-traducción"
"Espíritu-intimidación-de-las-cosas"
"El espacio era medible y crujiente"
"Sangre vegetal y retumbante"
"La virgen-del-martillo"
"Paolo Uccello no tiene nada en su vestimenta"
"El aire es como una música helada"
"El Espíritu siembra su fósforo"
"Tiemblan vitriolos vivientes"
"El pesa-nervios"
"Un nudo de asfixia central"
"Encrucijada de las separaciones"
"Trabajo en la única duración"

Y así sucesivamente.

Si tanto Artaud como Derrida (ambos contrarios a la supremacía de la razón) pretendían alcanzar las más oscuras incógnitas de la existencia es algo que no sabremos nunca. En la misma obra citada anteriormente, Paracelso afirma: "Puede decirse, sin embargo, que en la naturaleza, todas las cosas se producen con la ayuda de la putrefacción. Ciertamente, la putrefacción es el grado más elevado y el primer inicio de la generación que comienza con un calor húmedo" (De rerum... Versión en español: La naturaleza de las cosas en nueve libros, Obelisco, Barcelona, 2007). La putrefacción para Artaud tenía que ver con el "clítoris de la cruz cristiana" (Cartas a André Breton, Pequeña Biblioteca Calamvs Scriptorivs, Barcelona-Palma de Mallorca, 1977. "Carta del 28 de febrero de 1947", págs. 79-85). Eso del clítoris de una cruz es una jovial ocurrencia típicamente artaudiana equivalente a hablar del pene del frigorífico o de la vagina de la mesa camilla. Para Derrida (que concibió la filosofía como una estrategia de lectura-escritura sobre textos en una cadena infinita de intuiciones paradójicas) la putrefacción es, evidentemente, una fuerza deconstructiva, lo que constituye un error de bulto sólo explicable por el carácter desmesuradamente irracionalista de su pensamiento que termina convirtiéndose en un metalenguaje que a su vez no es sino pura logomaquia. Este fragmento de la Introducción al narcisismo de Freud tiene todo el aspecto de un juicio premonitorio sobre el subjetivismo sistemático de Derrida: "La vida anímica infantil y primitiva muestra, en efecto, ciertos rasgos que si se presentaran aislados habrían de ser atribuidos a la manía de grandeza, una hiperestimación del poder de sus deseos y actos psíquicos, la omnipotencia de las ideas, una fe en la fuerza mágica de las palabras y una técnica contra el mundo exterior, la magia, que se nos ofrece como una aplicación consecuente de tales premisas megalómanas". Derrida, que reconocía haber estudiado poco a Wittgenstein, dejó un texto autógrafo para que fuese leído en su sepelio. Curiosamente, en dicho texto el fílósofo francés aludía a una prolongación discursiva más allá de las últimas fronteras. Hubo quienes entendieron que Derrida creía en la deconstrucción post mortem. Otros, por el contrario, aseguraron que sólo se trataba de una repentina metáfora. He aquí el documento (redactado en una extraña y ambigua tercera persona que termina siendo ninguna persona) reproducido en su integridad:

Jacques no quiso ni ritual ni oración. Sabe por experiencia qué prueba supone para el amigo que se hace cargo. Me pide que os agradezca el haber venido, que os bendiga, os ruega que no estéis tristes, que no penséis más que en los numerosos momentos dichosos que le habéis dado la posibilidad de compartir con él.
Sonreídme, dice, como yo os habré sonreído hasta el final.
Preferid la vida y afirmad sin descanso la sobrevida...
Os amo y os sonrío desde donde quiera que esté.

sábado, 16 de febrero de 2008

Carlos Manuel López Ramos. Ángel González: hasta siempre.



Reproducción de mi artículo publicado en Información Jerez (18 de enero de 2008) con motivo del fallecimiento del poeta.

Murió al pie del cañón. Cuenta Luis García Montero que Ángel González (1925-2008) tenía entre manos la elaboración de un nuevo poemario del que ya había redactado al menos 14 textos. Lo conocimos personalmente en noviembre de 1999, cuando asistió al primer congreso organizado por la Fundación Caballero Bonald: El grupo poético del 50, 50 años después. Recordamos su excelente trato, su cordialidad natural, su talante sereno y su espíritu abierto. Era ya un señor de edad respetable, pero jovencísimo en su actitud, todavía dispuesto para los placeres de los epílogos nocturnos tras las sesiones congresuales, y, desde luego, alejado de las automortificaciones impuestas por los puritanismos salutíferos que ya estaban en boga. Compartió con la mayoría de los miembros de su generación un vitalismo radical y casi diríamos militante.

Fue Ángel González un poeta de idioma claro y preciso, estudiado y pensado hacia la exactitud: “Yo siempre soy muy cuidadoso en el uso del lenguaje —afirmaba en una entrevista—, utilizo como materia de trabajo el lenguaje coloquial, me gusta la simplicidad, la claridad. Es más difícil escribir con claridad que escribir en la oscuridad”. Francisco Brines lo definió como “poeta transparente”. Pero en esa limpieza, llana y sobria, alentaba una lúcida reflexión, sobre el ser y la realidad, impregnada de penetración y hondura, muy en la línea de Antonio Machado, de quien se sentía tan próximo. A menudo sus poemas cogen el rumbo de la conversación, de ahí esa prodigiosa virtud de la cercanía a los lectores; de ahí también esa presencia casi tangible del poeta en el momento de leer sus versos. Lo cotidiano: el día a día, las cosas que pasan, las emociones que permanecen.

Ángel González entrevistado por el poeta Jesús Fernández Palacios

Ángel nos fue descubriendo la dramática mixtura del “áspero mundo”, la inquietante vulnerabilidad de todo lo humano (precipitándose en desorden / hacia / la nada y la ceniza), los estragos del tiempo, la inutilidad de las teorizaciones a propósito del vacío, de los incomprensibles desafueros de la existencia. Nos fue descubriendo asimismo el indispensable valor del sentido histórico y la necesidad tanto de la rebeldía como de la contribución a las transformaciones sociales: eso sí, al margen de las volátiles leyendas enarboladas por engañosos utopismos. Jamás panfletario; pero sí constante, hasta el último minuto, en su inexpugnable trinchera cívica, en la firme postulación de sus convicciones éticas.

En su poesía habita la inmensa compensación del amor; el encuentro posible, elemental, vivificante: seguiré como ahora, amada / mía, / transido de distancia, bajo ese amor que crece y no se muere, / bajo ese amor que sigue y nunca acaba. Y todo así avanza en esta escritura que habla sin artilugios intermediarios, enunciando realidades inmediatas y deshaciendo sombras contra viento y marea, hasta la sombra de la muerte, porque este amor ya sin mí te amará / para siempre.

Sin embargo, no fue Ángel González un adorador fetichista del discurso poético. Incombustible maestro de lealtades, José Manuel Caballero Bonald invocaba, en la misma jornada del fallecimiento del poeta ovetense (“su amigo del alma”), la ironía y la desacralización que había aprendido del autor de Palabra sobre palabra. Esto fue realmente un rasgo generacional del 50. González sabía distanciarse inteligentemente de su obra neutralizando, con sutil escepticismo, las tentaciones de la grandilocuencia, de la afectación y, lo que es peor, del sentimentalismo: Esto es un poema. / Mantén sucia la estrofa. / Escupe dentro. / Responsable la tarde que no acaba, / el tedio de este día, / la indeformable estolidez del tiempo.