domingo, 6 de junio de 2021

EN LA MUERTE DE CABALLERO BONALD

 

Por Carlos Manuel López Ramos.

Con el fallecimiento de José Manuel Caballero Bonald la lengua española pierde a uno de los grandes estilistas del siglo XX y parte del XXI, del que llegó a vivir veintiún años, llegando a publicar algunas obras importantes de poesía: Manual de infractores (2005), La noche no tiene paredes (2009), Entreguerras (2012) o Desaprendizajes (2015). También en el siglo XXI aparecieron no pocas antologías de su lírica, siendo la publicación más destacada la de su obra poética completa bajo el título  Somos el tiempo que nos queda (2004, 2007 y 2011). Su última contribución a la novela había sido  Campo de Agramante, un libro de 1992.

Mucha relevancia tienen sus memorias, cuyo primer volumen, Tiempo de guerras perdidas, es de 1995, y el segundo, La costumbre de vivir, de 2001. Más tarde, en 2010, los dos volúmenes formaron uno solo con el sugestivo título de La novela de la memoria.

Fue autor de numerosos artículos y bastantes ensayos a lo largo de su dilatada existencia. Destaco, de entre este material, los tres volúmenes Relecturas. Prosas reunidas (1956-2005), una cuidadosa recopilación de textos, llevada a cabo por Jesús Fernández Palacios, que vio la luz en 2006.

Caballero Bonald, a pesar de no ser un escritor de masas (algo que jamás pretendió), recibió el reconocimiento público en forma de premios, honores y nombramientos, siendo el galardón más señalado el Premio Cervantes que se le otorgó en 2012. Tal parece que una oscura maquinación impidió su ingreso en la Real Academia Española, incidente que José Manuel asumió con elegancia e ironía y sobre el que no merece la pena extenderse.

En el terreno de lo personal me cupo la satisfacción de contribuir a la génesis de la Fundación Caballero Bonald cuando me desempeñaba como Delegado de Educación y Cultura del Excelentísimo Ayuntamiento de Jerez, con Pedro Pacheco Herrera al frente del mismo como alcalde. Al asumir el aludido cargo, fue la primera propuesta que le presenté al señor alcalde como parte del programa de actuaciones de mi delegación, propuesta que contó, desde un primer momento, con el incondicional apoyo de Pedro Pacheco. Al abandonar yo la política, el alcalde me nombró Vicepresidente Segundo de la Fundación, con funciones ejecutivas en dicha institución, cargo que ocupé durante cuatro años, en los cuales se pusieron en marcha una buena cantidad de proyectos, de los que el más importante de ellos fue, sin duda, la celebración, con periodicidad anual, de los congresos sobre literatura que reunieron a las más significadas personalidades del ámbito literario y cultural de España y también del extranjero.

La Fundación Caballero Bonald quedó constituida el 29 de julio de 1998 en Jerez de la Frontera. En la actualidad continúo vinculado a la Fundación como miembro de su Consejo Asesor y del Consejo de Redacción de la revista Campo de Agramante. Mi participación institucional me permitió conocer directamente a Pepe Caballero y a su encantadora esposa, María Josefa Ramis Cabot, Pepa para los amigos. La experiencia fue extraordinaria. Mantuvimos muchas conversaciones y fui descubriendo a una pareja excepcional. Pepe, cuando yo lo traté, era un hombre que de alguna manera venía ya de vuelta de todo o casi todo: sereno en sus formas pero firme en sus convicciones; inteligente y agudo, muy irónico (y autoirónico), con un escepticismo un tanto volteriano, dotado de gran agilidad mental y poseedor de una gracia especial nada tópica y, a veces, moderadamente sarcástica pero certera y penetrante. En lo fundamental, siempre se mostró insobornable y estricto, lo que le granjeó en ocasiones una equivocada fama de persona difícil. Yo disfrutaba escuchándole: anécdotas de sus primeros años como escritor, encuentros y desencuentros, hechos históricos y algunas  situaciones increíbles. Era una delicia como contertulio. En cuanto a Pepa, me faltan  palabras para representar su figura: amable, comprensiva, tolerante, educadísima, delicada, y un largo etcétera. Desde aquí le envío mis más sentidas  condolencias y un fortísimo abrazo.

Como lector de Caballero Bonald (aún recuerdo la alucinante aventura que supuso para mí Ágata ojo de gato) me sería imposible expresar dentro de los límites de este artículo las sensaciones, apreciaciones, aprendizajes y deleites que me han  proporcionado tanto la poesía como la prosa del escritor jerezano. Esa escritura pulcra, exacta, barroca sin desmesura, atenta siempre a la palabra justa y en su lugar apropiado; esa capacidad de evocación para los ambientes, paisajes y personajes; esa fluidez sintáctica de las frases bien construidas, la justa proporción entre el contenido y las formas, el poder descriptivo, la originalidad en los diálogos, la portentosa imaginación, la fábrica de imágenes en su poesía, el permanente control del sentido textual: todo ello lo convierten, como dije al comienzo, en un estilista neto, de lenguaje inconfundible e inimitable; un grandísimo escritor, en suma, con cuya muerte el idioma pierde un valor incontestable y una voz auténtica y comprometida, aunque sus obras permanecerán para siempre y eso nos consuele de su desaparición física.




[Publicado en Andalucía Información; 10/05/21 Blog El Sexo de los Libros]