domingo, 21 de noviembre de 2021

DON JUAN TENORIO, DE JOSÉ ZORRILLA. INTERPRETADO POR FRANCISCO RABAL Y CONCHA VELASCO. ESTUDIO 1 (1966)

 

La fiesta de Todos los Santos empieza la víspera del 1 de noviembre; es decir, el 31 de octubre. En España (hace de ello unas cuatro décadas largas) se celebraban festejos específicos de acuerdo con la idiosincrasia de cada región. Era una España de espacios bien interconectados y no existían esas abominaciones de las Comunidades Autónomas o micro-Estados imaginarios que son la ruina de nuestra nación. En algunas provincias o localidades concretas estas celebraciones adquirían una personalidad muy acusada por sus peculiares características, como es el caso de Cádiz capital, ciudad donde nací y me crié. Allí la festividad de los Tosantos, como popularmente se la llamaba (igual que en tantos sitios de Andalucía), giraba en torno al mercado central de abastos y a los mercados de distritos, en cuyos alrededores se ubicaban corrales improvisados con los pavos y algunos animales emblemáticos de los vecinos plazos navideños. Abundaban los tenderetes efímeros de castañas, nueces, almendras, avellanas y demás frutos secos. En las confiterías de toda la ciudad se vendían los huesos de santo, los buñuelos de viento y los panellets, típicos de Cataluña, Aragón y el Levante, de los cuales mis preferidos siempre fueron los de piñones y mazapán. En los puestos del mercado se representaban escenas cómico-satíricas, a veces algo subidas de tono (hasta donde permitían los censores en el período de la dictadura), con muñecos y animales disfrazados en diferentes posturas y llevando a cabo determinadas acciones; luego, con la democracia (de pacotilla), la comicidad erótica se hizo más explícita. Siempre activado el espíritu carnavalesco de la ciudad. La participación de los “mercaderes” era masiva; de pronto se vino abajo y, tras unos malos años, volvió a recuperarse en buena medida. Mucho  de este patrimonio se conserva todavía, pero desvirtuado por la invasión de un espectáculo tan extemporáneo como estúpido que nada tiene que ver con nuestra idiosincrasia y que sólo responde al proceso de colonización cultural que el mundo anglosajón desarrolla, por motivos comerciales y económicos, en ciertas zonas de Europa; me refiero a la cagada de Halloween, que, como se verá, es  concebida en el seno del cristianismo ortodoxo pero que más tarde degenera en una pantomima mixtificada.

Estas notas se refieren primordialmente —pero no sólo— al universo anglohablante. El Halloween moderno hace furor entre la  infancia y la juventud españolas por culpa de unos padres idiotas que no son capaces de filtrar los elementos culturalmente fraudulentos que nos llegan de indeseables extrarradios; antes bien, ceden al papanatismo y la admiración por todo lo extranjero, como en el caso de Santa Claus o Papá Noel, a quien se le ha buscado un (inútil) ambiente de rivalidad con los Reyes Magos de toda la vida. Gran bajada de pantalones y un tomar por culo ante la prepotencia y el intervencionismo sociocultural de los países de habla inglesa (resulta interesante, a este respecto,  que Halloween no tenga tanto seguimiento en Australia y Nueva Zelanda). Es cuando menos curioso que muchos papaítos y mamaítas muy progres (ellos se lo creen) que hacen pública y atrabiliaria  profesión de fe antiyanqui sean los primeros en apuntar a sus hijos a esta infame novelería de la calabaza hueca y el truco o trato, porque es desde los Estados Unidos que nos ha llegado la configuración actualizada de Halloween.  Entre las clases altas la moda también se ha extendido bastante por el insufrible esnobismo propio de las mismas, teniendo como resultado sistémico una fétida convivencia de tradiciones valiosas e innovaciones espurias que denotan el declive y el desconcierto cultural de unas colectividades tan aturdidas como insanas.

El filósofo y sociólogo francés Jean Baudrillard (1929-2007) escribió: “Halloween no tiene ninguna gracia. Es una fiesta sarcástica que refleja más bien una reivindicación infernal de venganza de los niños contra el mundo de los adultos”.

Halloween o Hallowe’en es una contracción de All Hallows’evening, con un significado de ‘noche de los santos’ y su jornada clave es el 31 de octubre. Se conoce también, aunque menos, como Allhalloween, All Hallows’Eve y All Saints’Eve. En realidad la festividad comienza con el Allhallowtide, que comprende el triduo previo a Todos los Santos y abarcaría el propio Halloween,  el Día de Todos los Santos (1 de noviembre), el de los Difuntos (2 de noviembre), el Día Internacional de Oración por la Iglesia Perseguida (primer domingo de noviembre) y el Domingo de Recuerdo (segundo domingo de noviembre). Es decir, el ciclo completo. Una velada de la cristiandad que hunde no obstante sus raíces en un paganismo (readaptado) de origen celta. Durante este tiempo se recuerda a “los fallecidos, incluidos los mártires, los santos y todos los cristianos fieles difuntos”. La conmemoración de Todos los Santos se remonta a la Iglesia primitiva. Se cree que pudo tener gran empuje la fiesta romana de Lemuria (Lemuralia) dedicada a los muertos y cuyo objetivo era organizar liturgias durante tres días y noches para conjurar espectros inquietos e impedir que embrujaran sus hogares. A partir del siglo IV, la  solemnidad de Todos los Santos en la Iglesia Cristiana Occidental ensalzaba a los mártires cristianos y,  en el siglo VIII, el Papa Gregorio III (pontificado entre 731-741) fundó un oratorio en San Pedro para las reliquias “de los santos apóstoles y de todos los santos, mártires y confesores”. Algunas fuentes aseguran que se dedicó el 1 de noviembre, mientras que otras dicen que fue el Domingo de Ramos. Hacia 800, hay evidencia de que las iglesias en Irlanda y Northumbria (Inglaterra) honraban a  Todos los Santos el 1 de noviembre. Alcuino de York (York fue capital del reino anglo de Northumbria), miembro de la corte de Carlomagno (Renacimiento Carolingio), pudo haber introducido esta fecha del 1 de noviembre en el Imperio Franco, convirtiéndose en fecha oficial en 385. Algunos expertos sugieren que esto se debió a la influencia celta, pero hay quienes defienden que fue una idea germánica, aunque hay argumentaciones a favor de que tanto los pueblos de habla germánica como celta conmemoraban a los muertos al comienzo del invierno. A fines del siglo XII, se habían convertido en días sagrados por obligación en el cristianismo occidental e involucraban usos tales como tocar las campanas de las iglesias por las almas del purgatorio. Era “costumbre que los pregoneros vestidos de negro desfilaran por las calles, tocando una campana de sonido lúgubre y llamando a todos los buenos cristianos a recordar a las pobres almas”. La costumbre de Allhallowtide de hornear y compartir tortas de alma (soul cakes o pan dulce)por todas las almas bautizadas, se ha propuesto como el origen del truco o trato. Este hábito se remonta al menos hasta el siglo XV; y se documentó en partes de Inglaterra, Gales, Flandes, Baviera y Austria. Grupos de gente pobre, a menudo niños, iban de puerta en puerta durante Allhallowtide, recogiendo tortas de alma, a cambio de rezar por los que ya no estaban entre los vivos, especialmente las almas de los amigos y parientes de los donantes. A esto se le llamó souling. Así mismo se ofrecían las  tortas para que las mismas almas las comieran, y, al llevarlas, se portaban  “linternas hechas de nabos ahuecados”, que originalmente podrían haber figurado las almas de los fenecidos, después hechas con calabazas, denominadas en el mundo anglosajón Jack-o’-lanterns, cuya finalidad era ahuyentar a los espíritus malignos.

Lo que parece claro es el influjo de la idolatría céltica de Irlanda y Escocia (festivales de la cosecha o Samhain) en la versión contemporánea de  Halloween con la consiguiente secularización hasta transformarse en la cretina y cretinizante verbena que es hoy, con todo su caudal de memeces de naturaleza supersticiosa procedentes de una infracultura infestada de druidas y fantasmas que regresan del más allá, resumiéndose todo en disfraces, drogas y borracheras.   

Pero si había en toda España una tradición por excelencia que reinaba en las fechas de Todos los Santos y los Fieles Difuntos, ésa era la  escenificación de Don Juan Tenorio, la inmortal obra de José Zorrilla (1817-1893). Desde los inicios del siglo XVII la obra que se representaba era El burlador de Sevilla, atribuida a Tirso de Molina (1616/17; antes titulada Tan largo me lo fiáis). En todos los teatros de Madrid y capitales de provincias; en todos los pueblos, por minúsculos que éstos fueran, tenía lugar la gran ceremonia del Convidado de Piedra en la noche del 1 al 2 de noviembre. Los grandes teatros interrumpían sus programaciones y la pieza de rigor era interpretada por actores de primera línea que se la sabían de memoria y apenas necesitaban ensayos para el montaje. En los pueblos, eran compañías de aficionados las encargadas de cumplir con el rito irrevocable. El público tenía memorizados  muchos pasajes de la obra y los recitaban a coro y a media voz durante la representación. El Don Juan de Zorrilla había llegado en el 44 del siglo XIX. Los versos, en ocasiones ripiosos, del autor vallisoletano, eran como mantras que resurgían todos los noviembres en un culto comunitario que exaltaba el amor por encima de todas las cosas, incluidos los convencionalismos morales, pero dentro de una profunda fe cristiana, una fe eminentemente popular, emocional y humanamente flexible, siempre comprensiva con ese joven y simpático seductor de profesión, alegre y desenfadado  —al que tan fácil es perdonar—, y  que, no obstante, en su último suspiro  alcanza el verdadero arrepentimiento y la salvación de su alma por los méritos de su amada Doña Inés, pues como dice y argumenta el de Aquino en la Summa (I, 2ª, q. 114, a. 6): “Mas con mérito de congruo sí que se puede merecer para otro la primera gracia”. En el Don Juan de Zorrilla tenemos una salvación (imperfecta) que esquiva el Infierno pero no el Purgatorio (Iglesia Purgante); salvación teológicamente rocambolesca basada en una serie de portentos que contradicen abiertamente la doctrina soteriológica del catolicismo.  

He aquí las palabras de Doña Inés: Yo mi alma he dado por ti / y Dios te otorga por mí / tu dudosa salvación. / Misterio es que en comprensión / no cabe de criatura, / y sólo en vida más pura / los justos comprenderán / que el amor salvó a Don Juan / al pie de la sepultura.

Y éstas son las palabras de Don Juan: Mas es justo: quede aquí / al universo notorio / que, pues me abre el purgatorio / un punto de penitencia, / es el Dios de la clemencia / el Dios de Don Juan Tenorio.

Desde 1844, año de estreno del Tenorio de Zorrilla, éste es el Don Juan de todos los españoles e hispanoamericanos. Antes fue el de Tirso de Molina, un Don Juan en el marco de la Contrarreforma, mucho más rígido y que, además de no resultar atractivo, acababa condenándose, como la mayoría de los Don Juanes de la literatura universal, ya que el mito de Don Juan será tratado por numerosos escritores de todos los tiempos y lugares: Molière (Dom Juan ou le festin de pierre, teatro, 1665), Antonio de Zamora (No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, teatro, 1713), Carlo Goldoni (Don Giovanni Tenorio, teatro, 1735), Samuel Richardson (el Lovelace de la novela Clarissa or The History of a Young Lady, 1748) Choderlos de Laclos (el Valmont de Las relaciones peligrosas, 1782), Mozart (en su ópera Don Giovanni, con libreto de Lorenzo da Ponte, 1787), Lord Byron (Don Juan, poema satírico escrito entre 1819-1824, incompleto por su muerte), Christian Dietrich Grabbe (Don Juan y Fausto, tragedia con música, 1829), Alexandre Dumas (con su drama Don Juan de Marana ou la chute d’un ange, 1836), José de Espronceda (el Félix de Montemar del poema épico El estudiante de Salamanca, 1840), Edmond Rostand (La dernière nuit de Don Juan, poema dramático escrito en 1911 y publicado póstumo en 1921), Azorín (Don Juan, novela de 1922), Max Frisch (Don Juan o el amor a la geometría, drama de 1953), Gonzalo Torrente Ballester (Don Juan, novela de 1963) y muchos más. Pero el Tenorio de Zorrilla es un señorito sevillano no exento de ese encanto, esa gallardía y esa humanidad cercana al ciudadano medio que inspira nuestro irrefrenable consentimiento, y éste es el Don Juan por excelencia de los españoles y del ámbito hispánico en general, que incluye su inevitable dosis de machismo más o menos literariamente edulcorado...

No es el Don Juan de Zorrilla un ejemplo de complejas profundidades psicológicas y metafísicas, que aquí aparecen sólo insinuadas en beneficio de la  acción y de un exacerbado sentimentalismo romántico junto a numerosos elementos simbólicos del orbe mítico de referencia, como puede ser el concepto fundamental del libertino milagrosamente redimido por el amor insólito y sublime que una mujer le profesa.  El de Zorrilla es, por fin, un Don Juan enamorado dispuesto a casarse con su prometida y de ahí —ortodoxias teológicas aparte— la contrición conclusiva del personaje.

Visto desde el presente, nos hallamos ante un anacronismo superado por unas nuevas condiciones vitales radicalmente distintas, nuevas costumbres intersexuales, nuevos y adorables sexos. 

De hecho, como alega José Alberich (La popularidad de Don Juan Tenorio y otros estudios de literatura española moderna, 1982), la mujer en España siempre fue vista (era otro contexto, pero del que quedan secuelas subliminales) como una imagen asociada a la Virgen María en sus funciones de   mediadora ante la divinidad, salvadora in extremis de maridos, novios y queridos desviados: “Se puede decir sin exageración que en la obra de Zorrilla, —a diferencia de otros ‘Don Juanes’— el tema central no es la seducción [...] sino la redención del pecador por intercesión de una mujer pura. Es, pues, un tema teológico, aunque de una teología un tanto fantástica y heterodoxa. Si nos fijamos bien, vemos que Doña Inés ha usurpado en este drama una función altísima que en realidad sólo corresponde a la Madre de Dios, la de co-redentora e intercesora por la salvación del hombre pecador. El amor de Don Juan por Doña Inés equivale a la devoción mariana que salva al Esclavo del demonio en la obra de Mira de Amescua o en cualquier otra antigua comedia de santos”.

Proporciona Alberich dos apuntes complementarios de sumo interés. Por un lado, refiriéndose a Don Juan, constata: "Su sobrehumana temeridad, su diabólico inmoralismo son ingredientes necesarios para suscitar ese escalofrío de envidia y admiración inconscientes que requiere su papel de paradigma inalcanzable".

De otro lado, Don Juan es redimido "por una intercesión milagrosa de la novia muerta, instrumentada, además, con increíbles prodigios de ultratumba. Toda esta fantasmagoría era también necesaria para elevar al Tenorio a la estatura abrumadora de símbolo nacional".         

En la actualidad, estas coordenadas han variado incompletamente por el afeminamiento (feminismo) y la homosexualización (LGTBIQ+) de ciertos sectores de  la sociedad y la presión histérica de la irrisoria y chistosa ideología de género (Sigmund Freud: El chiste y su relación con lo inconsciente, 1905); pero, en el fondo —porque el Diablo es así—, cualquier  español que se precie lleva, a pesar de todo y pese a quien pese, un Tenorio dentro. Y una regla similar es aplicable incluso al maravilloso, promiscuo y pintoresco territorio de la diversidad sexual alternativa, donde el fenómeno Tenorio se puede dar, y de facto se da, como en el campo heteronormativo, si bien en menor grado y con unos rasgos especiales.

Aquí dejo la versión de Don Juan Tenorio, de José Zorrilla, que para la televisión española, en el programa Estudio 1, dirigiera Gustavo Pérez Puig en 1966, con Francisco Rabal en el papel de Don Juan, Concha Velasco en el papel de Doña Inés y un reparto de excepción:

LUCÍA: Irene Daina.

BRÍGIDA: Tota Alba.

Doña ANA DE PANTOJA: Ana Mª Vidal.

Don LUIS MEJÍA: Fernando Guillén.

CIUTTI: Juanjo Menéndez.

Don GONZALO ULLOA: José María Escuer.

Don DIEGO TENORIO: Julio Goróstegui.

El CAPITÁN CENTELLAS: Antonio Almorós.

BUTTARELLI: José Sepúlveda.

AVELLANEDA: Manuel Peiró.

GASTÓN: Francis(co) Dumont.

El ALGUACIL 1º: Francisco Matesanz.

El ALGUACIL 2º: José María Celdrán.

Otros: Maruchi Fresno, Ricardo Canales, Carmen Luján y Anastasio Campoy.


La acción en Sevilla por los años 1545, últimos del Emperador Carlos V. Los cuatro primeros actos pasan en una sola noche. Los tres restantes, cinco años después, y en otra noche. 






domingo, 6 de junio de 2021

EN LA MUERTE DE CABALLERO BONALD

 

Por Carlos Manuel López Ramos.

Con el fallecimiento de José Manuel Caballero Bonald la lengua española pierde a uno de los grandes estilistas del siglo XX y parte del XXI, del que llegó a vivir veintiún años, llegando a publicar algunas obras importantes de poesía: Manual de infractores (2005), La noche no tiene paredes (2009), Entreguerras (2012) o Desaprendizajes (2015). También en el siglo XXI aparecieron no pocas antologías de su lírica, siendo la publicación más destacada la de su obra poética completa bajo el título  Somos el tiempo que nos queda (2004, 2007 y 2011). Su última contribución a la novela había sido  Campo de Agramante, un libro de 1992.

Mucha relevancia tienen sus memorias, cuyo primer volumen, Tiempo de guerras perdidas, es de 1995, y el segundo, La costumbre de vivir, de 2001. Más tarde, en 2010, los dos volúmenes formaron uno solo con el sugestivo título de La novela de la memoria.

Fue autor de numerosos artículos y bastantes ensayos a lo largo de su dilatada existencia. Destaco, de entre este material, los tres volúmenes Relecturas. Prosas reunidas (1956-2005), una cuidadosa recopilación de textos, llevada a cabo por Jesús Fernández Palacios, que vio la luz en 2006.

Caballero Bonald, a pesar de no ser un escritor de masas (algo que jamás pretendió), recibió el reconocimiento público en forma de premios, honores y nombramientos, siendo el galardón más señalado el Premio Cervantes que se le otorgó en 2012. Tal parece que una oscura maquinación impidió su ingreso en la Real Academia Española, incidente que José Manuel asumió con elegancia e ironía y sobre el que no merece la pena extenderse.

En el terreno de lo personal me cupo la satisfacción de contribuir a la génesis de la Fundación Caballero Bonald cuando me desempeñaba como Delegado de Educación y Cultura del Excelentísimo Ayuntamiento de Jerez, con Pedro Pacheco Herrera al frente del mismo como alcalde. Al asumir el aludido cargo, fue la primera propuesta que le presenté al señor alcalde como parte del programa de actuaciones de mi delegación, propuesta que contó, desde un primer momento, con el incondicional apoyo de Pedro Pacheco. Al abandonar yo la política, el alcalde me nombró Vicepresidente Segundo de la Fundación, con funciones ejecutivas en dicha institución, cargo que ocupé durante cuatro años, en los cuales se pusieron en marcha una buena cantidad de proyectos, de los que el más importante de ellos fue, sin duda, la celebración, con periodicidad anual, de los congresos sobre literatura que reunieron a las más significadas personalidades del ámbito literario y cultural de España y también del extranjero.

La Fundación Caballero Bonald quedó constituida el 29 de julio de 1998 en Jerez de la Frontera. En la actualidad continúo vinculado a la Fundación como miembro de su Consejo Asesor y del Consejo de Redacción de la revista Campo de Agramante. Mi participación institucional me permitió conocer directamente a Pepe Caballero y a su encantadora esposa, María Josefa Ramis Cabot, Pepa para los amigos. La experiencia fue extraordinaria. Mantuvimos muchas conversaciones y fui descubriendo a una pareja excepcional. Pepe, cuando yo lo traté, era un hombre que de alguna manera venía ya de vuelta de todo o casi todo: sereno en sus formas pero firme en sus convicciones; inteligente y agudo, muy irónico (y autoirónico), con un escepticismo un tanto volteriano, dotado de gran agilidad mental y poseedor de una gracia especial nada tópica y, a veces, moderadamente sarcástica pero certera y penetrante. En lo fundamental, siempre se mostró insobornable y estricto, lo que le granjeó en ocasiones una equivocada fama de persona difícil. Yo disfrutaba escuchándole: anécdotas de sus primeros años como escritor, encuentros y desencuentros, hechos históricos y algunas  situaciones increíbles. Era una delicia como contertulio. En cuanto a Pepa, me faltan  palabras para representar su figura: amable, comprensiva, tolerante, educadísima, delicada, y un largo etcétera. Desde aquí le envío mis más sentidas  condolencias y un fortísimo abrazo.

Como lector de Caballero Bonald (aún recuerdo la alucinante aventura que supuso para mí Ágata ojo de gato) me sería imposible expresar dentro de los límites de este artículo las sensaciones, apreciaciones, aprendizajes y deleites que me han  proporcionado tanto la poesía como la prosa del escritor jerezano. Esa escritura pulcra, exacta, barroca sin desmesura, atenta siempre a la palabra justa y en su lugar apropiado; esa capacidad de evocación para los ambientes, paisajes y personajes; esa fluidez sintáctica de las frases bien construidas, la justa proporción entre el contenido y las formas, el poder descriptivo, la originalidad en los diálogos, la portentosa imaginación, la fábrica de imágenes en su poesía, el permanente control del sentido textual: todo ello lo convierten, como dije al comienzo, en un estilista neto, de lenguaje inconfundible e inimitable; un grandísimo escritor, en suma, con cuya muerte el idioma pierde un valor incontestable y una voz auténtica y comprometida, aunque sus obras permanecerán para siempre y eso nos consuele de su desaparición física.




[Publicado en Andalucía Información; 10/05/21 Blog El Sexo de los Libros]

jueves, 7 de enero de 2021

OCHO MICRORRELATOS DE AMOR

 


I

Los sueños empezaron a ser devastadores. La ansiedad derivada de ellos se volvió cada vez más insufrible.

 

II

Soy una mujer negra. Y porque soy negra, soy hermosa. Supongo que entenderás lo que estoy diciendo.

 

III

El tiempo no pasa: pasamos nosotros dejando huellas en la arena de una playa extraña; huellas que el mar borra en sus idas y venidas.

 

IV

Quería contarte una triste y hermosa historia de amor, pero ahora será imposible. ¡Oh, Dios mío! Una bala ha atravesado  justo el centro de mi corazón.

 

V

Tuve una juventud feliz y privilegiada, cuyos días, por ley de vida, nunca volverán. Mis dotes de seducción fueron ilimitadas. Tal llegó a ser mi fama de seductor que, como Julio César, fui llamado el hombre de todas las mujeres y la mujer de todos los hombres.

 

VI

Fue un peso que me acompañó durante toda mi existencia: ser el hombre de todas las mujeres y la mujer de todos los hombres. Es complicado explicar mi situación y mi trayectoria. Y más a estas alturas de la vida.

 

VII

En este mundo inexplicable hay dos clases de personas: las que saben decir "te amo" en el momento adecuado y las que siempre lo hacen tarde, mal y sin ningún resultado. Esto es una declaración de guerra.

 

VIII

El amor es como el viento: acaricia o arrasa; construye o destruye; nos impulsa o nos olvida; aparece y desaparece; nos hace felices o desdichados; es indomable...  juega con nosotros a su antojo... Y, sin embargo, a pesar de estas contradicciones,  incongruencias y fatalidades, no seríamos nada sin él.